Chaouen es un precioso enclave marroquí a los pies de la montaña rifereña.
Según cuenta la leyenda que cuando España estaba bajo influencia árabe, un emir se enamoró locamente de una joven de Vejer de la Frontera. Tras la expulsión de musulmanes y judíos de la península, la pareja se refugió en el noroeste de Marruecos y para templar la nostalgia de su esposa, construyó una ciudad que replicaba al pueblo gaditano: Chefchaouen, o lo que es lo mismo: Los Cuernos del Rif…
Se respira a pan recién horneado. Se escucha el traqueteo de los carros ambulantes mientras se saborean sus dulces y especias. Se siente el calor sobre los hombros entre sus callejuelas irregulares… Se ve el azul desde la distancia y también pegado a él.
Chaouen es una perla azul a los pies del Rif, un refugio de la naturaleza en el fondo de un mar verde marroquí e insignia perfecta del significado de su color. Su paz y serenidad se esconden en el espectro de azules de Pantone: cobalto, turquesa, celeste, añil…
La Ciudad zafiro destila cultura en cada uno de sus rincones, conservando las tradiciones y la esencia de un pueblo bereber. Para conocer Chaouen es necesario recorrerla sin rumbo ni prisas agudizando los sentidos en busca de sus secretos. Sorpresas que llegan sin previo aviso al girar en cualquiera de sus callejuelas aguamarina repletas de jarapas.
Pararse frente a un atadijo de leña apilada en una puerta, es descubrir, tras ella, un horno de pan donde cuecen masas y pastas de la manera más artesanal. El gusto se estremece aquí, interrumpido por el olor irresistible de dulces y especiados que se perciben escondidos un poco más arriba… Las sonrisas de los niños jugando descalzos a la sombra de un patio repleto de macetas se entremezclan con la llegada de los carritos que recorren la Medina vendiendo garbanzos cocidos, especias, pan o té en el barrio de Suika. Los sentidos se agudizan, una vez más, en un baile perfecto con las personas que transitan por sus calles…
Vivir la experiencia de Chaouen es escuchar la llamada a la oración desde el impresionante alminar de la Gran Mezquita mientras se disfruta de un té a la menta en alguna de sus plazas, rodeadas de restaurantes y cafés; contemplar su Alcazaba, una fortaleza de muros rojizos donde destaca la Torre del Homenaje, y, desde allí, partir rumbo al Mellah, el barrio judío, mientras se sigue disfrutando de puestos de tejidos y artesanía.
En definitiva, vivir la experiencia de Chaouen es ser gama de azules bajo el marrón de la montaña rifereña y mirar con plano detalle cada uno de sus rincones bañado en cultura y tradición.