Tarragona durante el Imperio romano fue una de las principales ciudades de Hispania, y capital de la provincia romana Hispania Citerior o Hispania Tarraconensis. Su ubicación a la orilla del Mediterráneo en la Costa Dorada, con playas de aguas cálidas, así como sus centros de recreo y tradición histórica y patrimonio artístico, la convierten en un centro de atracción turística de primer orden. Su origen se remonta a la antigua Tarraco romana, capital de la Hispania Citerior Tarraconensis.
El «Conjunto arqueológico de Tarraco» ha hecho que Tarragona sea considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
En 2018 se celebrarán en esta ciudad los Juegos Olímpicos del Mediterráneo.
Tarragona, cuna de dos de los arquitectos más representativos del Modernismo catalán: Josep Maria Pujol de Barberà y Josep Maria Jujol
Esta capital de provincia catalana, única junto a Barcelona, con salida al mar, es también la única ciudad costera española con tres Patrimonios de la Humanidad, que suponen su principal seña de identidad turística. Uno es material: la herencia de la imperial Tarraco romana. Y los otros dos inmateriales: los Castells, torres humanas que constituyen una de sus tradiciones, y la Dieta Mediterránea, clave en su gastronomía. Pero además tiene otros muchos atractivos, como sus rutas urbanas (Medieval, Modernista, de los Primeros Cristianos…), playas de fina arena, una variada oferta de shopping, una infraestructura de calidad para el Turismo MICE y un puerto que acoge cruceros de lujo.
En este caso vamos a centrarnos en las rutas urbanas en las que se puede seguir perfectamente las huellas del Modernismo, el movimiento artístico, de finales del siglo XIX, que impregnó su belleza artística en 31 edificios de la capital de provincia catalana, integrados en una ruta urbana.
Antonio Gaudí, genio del Modernismo catalán, dejó en Tarragona su huella en el altar y el manifestator del santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Pero la ciudad está llena de otras muchas joyas de este movimiento artístico. Edificios civiles y religiosos que configuran una atractiva ruta, como el Teatro Metropol, el Matadero, el Mercado Central, el Antiguo Hotel Continental, el Mausoleo de Jaime I, el reloj del puerto, la fábrica Chartreuse o casas como Ripoll, Salas, Rabadà o Bofarull. Y como guinda, la también modernista barandilla del Balcón del Mediterráneo, majestuoso mirador desde el que contemplar el mar… y pedir suerte.
El Modernismo es, sin duda, uno de los movimientos más admirados por los amantes del arte, tanto por la singularidad de sus formas como por la belleza de sus ornamentos; un potente imán que atrae a miles de turistas en los lugares donde dejó huella. Y entre ellos está, por derecho propio, Tarragona, una ciudad que fue cuna de dos de los arquitectos más representativos del Modernismo catalán: Josep Maria Pujol de Barberà y Josep Maria Jujol, discípulo aventajado de Antonio Gaudí.
Tarragona Modernista: La ruta de los tres arquitectos.
Con tres genios de tal magnitud, no es de extrañar que en Tarragona empezara a florecer desde finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX este movimiento artístico, que sembró la ciudad de maravillas modernistas que han dado lugar a una atractiva ruta con 55 referencias –31 edificios, 16 elementos de edificios y 8 bienes muebles– la mayoría de ellas flanqueando la Rambla Nova, principal arteria comercial de la ciudad.
Uno de los edificios más representativos es el Teatro Metropol. Fue Josep Maria Pujol quien en 1908 adaptó las instalaciones de la escuela del Patronato del Obrero hasta transformarlas en un singular teatro capaz de salvar los desniveles entre dos calles y concibiéndolo como un barco. Tanto es así que en su interior pueden verse barandillas como las de los buques, agujas de tejer redes, peces y hasta una quilla. Pueden realizarse visitas concertadas, condicionadas a las actividades del teatro.
Uno de los edificios más representativos es el Teatro Metropol
Tras él está el santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, cuyo altar y manifestador de madera –el actual es una réplica exacta realizada por Ferran de Castellarnau– son el legado que dejó Gaudí.
Otros templos religiosos con detalles modernistas son la iglesia de Sant Francesc, con las pinturas y esgrafiados –dibujos con arena sobre estucos– de su capilla; el camarín del convento de los Padres Carmelitas Descalzos; las obras jujolianas de la iglesia de Sant Llorenç, del Gremio de Payeses; el ostensorio de la Catedral, la fachada del convento de las Teresianas, hoy día Colegio Santa Teresa de Jesús; o el Mausoleo de Jaime I, en el patio del ayuntamiento.
La Ruta Modernista de Tarragona también pasa por diversos edificios de viviendas, como la Casa Ximenis, con sus esgrafiados en puertas y ventanas y las barandillas de hierro de los balcones; la Casa Ripoll, parecida a un castillo, donde destaca su cúpula poligonal; la Casa Salas, con una tribuna rinconera que resalta la planta principal, en el primer piso; la Casa Bofarull, cuyas barandillas de hierro tienen motivos florales; la Casa del doctor Aleu y la Casa Rabadà, ambas con fachadas de un modernismo con raíces sezessionistas; o la Casa Porta Mercadé, cuyos balcones son ondulados y con filigranas de hierro jujolianas.
Otros templos religiosos con detalles modernistas son la iglesia de Sant Francesc
Otros destacados edificios son el Mercado Central, con las rejas de sus cuatro puertas y la cubierta de cerámica; el antiguo Matadero, que hoy día acoge el rectorado de la Universidad Rovira i Virgili; el edificio de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, donde destaca la parte superior de la cúpula; la Quinta de Sant Rafael, nacida como espacio de curación y reposo, cuya torre poligonal ejerce de mirador y destacan sus cerámicas; el Antiguo Hotel Continental, de llamativas molduras en los ventanales; la fábrica Chartreuse y su torre lateral, una antigua destilería de licores que hoy acoge la Escuela Oficial de Idiomas; o el reloj del puerto, en el dique de levante.
Y, cómo no, la barandilla del Balcón del Mediterráneo; un espectacular mirador hacia ese MareNostrum por el que llegaron los romanos que fundaron la imperial Tarraco. Antes de su construcción, en 1889, había un muro. Esta pared limitaba el Paseo de las Palmeras con el acantilado que separaba los campos de cultivo, a sus pies, del mar. Pero la barandilla de hierro forjado, al margen de su belleza plástica, dio origen a una tradición de tarraconenses y foráneos: la de ‘tocar hierro’ para apelar a la buena suerte.