Tierra Virgen es un espacio idealizado que se inspira en las formas más clásicas del flamenco -cante, guitarra, baile- y en algunos conceptos relacionados con el origen de este arte: el folclore, lo popular o lo iberoamericano (las idas y vueltas).
Es, por tanto, una pieza que evita encorsetarse en corrientes estéticas que parecen cada vez más impuestas: la vanguardia, lo contemporáneo, la modernidad.
Es el nuevo espectáculo de Marco Flores, y, tras estrenarse en Teatros del Canal de Madrid dentro del Festival Suma Flamenca de la Comunidad de Madrid, el 5 de marzo llega al Festival de Jerez, en el Teatro Villamarta.
No estará solo en el escenario: Marco Flores interpretará Tierra Virgen junto con Chelo Pantoja, artista invitada para la ocasión, con música de José Tomás y coordinación coreográfica de Patricia Ruz. Emprenderán un viaje profundo, silencioso, provocador y verdadero a partir de un repertorio sólido, etéreo, culto y festero. Esta Tierra virgen se mueve en la retaguardia de la modernidad puesto que “consideramos que no está de moda”, expresa Flores, “sino que se inspira en las formas y estructuras clásicas de un arte como el Flamenco, en pro de un acto artístico actual”.
Tierra Virgen se construye desde una libertad que desemboca en una reinterpretación de lo clásico, lo tradicional, los ritos y lo sacro: herramientas poderosas que pueden cambiar el mundo. Nuevas lecturas de festejos y credos que hacen evidente el carácter universal de todas las culturas, puesto que responden a necesidades comunes. ¿Por qué nos hemos alejado tanto de aquello que nos nutre? Nuestros ancestros y orígenes. Venimos todos de un mismo lugar, y el flamenco es una parte más de esa raíz. Y por ello, no es ni superior ni inferior, es valioso.
MARCO FLORES
Bailaor, coreógrafo, y Premio Nacional de Flamenco, Marco Flores se identifica como un intérprete libre. Su discurso es actual y en continua evolución, evidencia de un creador vivo y conectado al presente, a la par que mantiene un sello propio y personal que ha ido cimentando a lo largo de veinticinco años de sólida trayectoria.
Destaca su técnica depurada, su creación estrechamente ligada a lo musical, y un baile que conecta con sus orígenes flamencos más tradicionales, aunque influenciado por otras disciplinas dancísticas que ennoblecen su coreografía. Su trabajo no teme a arriesgar ni pretende seguir corrientes o tendencias.
A lo largo de sus obras ha abarcado cuestiones como lo femenino (“DeFlamencas” 2010), lo intergeneracional (“Entrar al Juego” 2016), lo queer (“Laberíntica” 2013 y “Extrema” 2018), la inasible búsqueda del artista (“Rayuela” 2020), o la conciencia social (“Sota, Caballo y Reina”, 2021).