Mario Hernández reconstruye en El pecado mortal de Madame Campoamor, que estará del 15 al 18 de septiembre en el Teatro del Barrio, la lucha política de Clara Campoamor bebiendo de fuentes directas: por un lado, los enfrentamientos parlamentarios que esta diputada del Partido Radical tuvo con Victoria Kent en torno al voto de las mujeres; por otro, los libros que escribió la propia política feminista, fundamentalmente El voto femenino y yo, mi pecado mortal.
En el montaje (ganador del premio Teatro Joven Calamonte 2019), Victoria Kent, o más bien su espíritu, se aparece a Campoamor cuando ésta vive los últimos días de su vida, en una narración que evoca a Dickens y su Cuento de Navidad, además de rendir un tributo al teatro radiofónico en su lenguaje escénico. Figuran en el elenco Elena Rey, José Fernández, Irene Coloma y el propio Mario Hernández. Los recursos lumínicos y sonoros representan la ferocidad de los enfrentamientos parlamentarios, la enorme presión mediática y las cicatrices que la lucha por los derechos de la mujer dejaron en Campoamor.
90 años del voto femenino
Están a punto de cumplirse 90 años: el 1 de octubre de 1931 se aprobó el sufragio femenino en España. Las mujeres obtenían el derecho al voto tras años de una discriminación, la ejercida contra ellas, que ha sido común a todos los sistemas políticos de todos los países del mundo. En España se lograba gracias a las revueltas de las sufragistas en la calle, pero también a lucha política que ejerció en la esfera institucional una sola mujer, una figura muy difícil de encasillar y muy adelantada a su tiempo: Clara Campoamor, que era, junto con Victoria Kent y Margarita Nelken, una de las tres diputadas de las Cortes Constituyentes que se crearon tras la dimisión de Alfonso XIII, para redactar la constitución de la II República antes de convocar elecciones. Pero sólo Campoamor defendió que las mujeres tenían el mismo derecho a votar que los hombres, y lo hizo también en contra de su propio partido, el Partido Radical, en el que se integró cuando el Partido Socialista no la dejó participar en la Comisión Constituyente. Su posición era más pura, filosófica y abstracta que la de Nelken, que se mostró contraria al sufragio femenino, y Kent, que defendió, pragmáticamente, que, de aprobarse el voto femenino, sólo debían votar las universitarias: basándose en una encuesta que había realizado Acción Popular, el partido católico de Gil Robles, afirmó que las mujeres se regirían por “consignas del confesionario”, estarían controladas en las urnas por los maridos y los curas, y sus votos irían al partido de Gil Robles, que, por su parte, apoyó el voto femenino por el mismo motivo.
La decisión final fue reñida: 161 votos a favor frente a 131 en contra. Así, en el año 31, España se convertía en el sexto país en lograr el voto femenino -el primero fue Nueva Zelanda, luego llegaron los nórdicos y Rusia, donde el voto femenino estaba en uno de los estatutos de la revolución bolchevique-. Duraría poco: vendrá la guerra española, y en el año 66 se habilita un seudo derecho que solo aplica a padres y mujeres casadas. Ya en 1977 se vuelve al voto libre. Entre tanto, Campoamor se había marchado al exilio al estallar la contienda, y nunca volvió. Murió en 1972 en Lausana (Suiza).