Los principales actos carnavalescos de la región belga se han anulado por la pandemia, aunque proponen alternativas virtuales para sus habitantes.
A pesar de no poder celebrarlo con comparsas y desfiles, estas fiestas están muy arraigadas en la identidad valona y tienen rituales para llamar a la buena suerte que se hacen, precisamente, en estas fechas.
Los carnavales valones están envueltos de una gran mística y son parte del folclore de la región.
El coronavirus ha hecho que pase mucho más desapercibido, pero si hay algo que marca el mes de febrero, es la jovial fiesta de carnaval. Disfraces, música, bailes, máscaras o comitivas suelen ser los protagonistas de estas fiestas, que este año se han visto anuladas en diversas partes del mundo. Es también el caso de Valonia, el secreto de Bélgica, donde el carnaval se suele vivir con gran efervescencia, aunque este año deberá ser una excepción.
La ciudad de Binche amanecerá sin sus Gilles - protagonistas de uno de los únicos 17 carnavales declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad - y de la misma manera, en otros puntos de la región tampoco se verán personajes cuidadosamente disfrazados. Pero, en Valonia, los carnavales tienen una esencia que no desparece, ni siquiera con la pandemia. Esta celebración es una parte intrínseca del ADN valón, y está envuelta de una mística y un folclore únicos.
Estas son cinco de los ritos más curiosos que se viven en Valonia, siempre vinculados al hecho de tener buena fortuna y renovar las energías para afrontar el nuevo año:
Los siete grandes fuegos de Namur
En la capital de Valonia, el ritual manda encender siete fogatas el primer domingo de Cuaresma, en las cuales se quema el bonhomme hiver (muñeco de invierno). Esto sirve para empezar a despedirse del invierno y, también, para asegurar que las tierras de cultivo sean fértiles, según dicta la leyenda. Los namurenses suelen reunirse en la colina de Bouge, a las afueras de Namur, para ver en directo cómo prende la última y séptima hoguera. Si dice que, si una persona alcanza a ver los siete fuegos, estará protegido de las brujas y su infortunio durante todo el año.
El oso, protagonista carnavalesco de Andenne
Este feroz animal es la estrella de este pueblo valón, a solo 20 kilómetros de Namur. En la zona hay una famosa leyenda que explica que, en el año 700, un niño de solo nueve años derrotó a un oso que tenía aterrorizados a los habitantes de la villa. Desde entonces, el animal es todo un símbolo del lugar.
Tras haber elegido el rey y la reina del carnaval, las nuevas majestades se dirigen al balcón del ayuntamiento y desde allí, tiran osos de peluche a los espectadores. Dicen que quién consigue coger uno, tendrá buena suerte.
El número de la suerte
Hay personas, incluso ciudades, que son supersticiosas. Es el caso de Eupen, un municipio fronterizo con Alemania, donde el número 11 es el de la suerte. Por ello, la primera sesión de preparación del carnaval se programa cada año el día 11 de noviembre (11/11) a las 11:11AM con una comisión de 11 personas que establece los 11 mandamientos que estarán vigentes durante el carnaval de aquella edición.
Los jorobados de Valonia, en Fosses-la-Ville
Probablemente, uno de los carnavales valones más emblemáticos, pero con una vieja tradición conocida: tocar la joroba de un chinel, trae buena suerte. Los chinel son unos coloridos personajes muy parecidos a los polichinelas napolitanos y que han sido declarados Patrimonio Inmaterial de Valonia. En su caso, pero, tienen dos jorobas: en la espalda y en el pecho. Diversas comparsas de chinel han viajado a carnavales extranjeros, como los de Oviedo y Peñíscola, en el caso de España.
Un disfraz que estuvo prohibido
El carnaval de Laetare en Stavelot es uno de los más famosos de toda Bélgica, y aunque en la actualidad no lo rodea ninguna superstición propiamente dicha, sus protagonistas, los Blancs-Moussis, han tenido que sortear muchos obstáculos para estar bien considerados. Estas figuras encapuchadas con una capa blanca y con una máscara de nariz roja, nacieron de la prohibición que los monjes participaran en la fiesta de carnaval.
El pueblo de Stavelot se ‘rebeló’ en contra de tal decisión y sus habitantes se disfrazaron de monjes, cosa que también se vetó. Por eso, hoy en día, los Blancs-Moussis llevan una capa blanca, ya que es un atuendo que se refiere al hábito monástico de una forma más sutil. A estos curiosos personajes se les volvió a prohibir celebrar el carnaval durante la ocupación francesa y hasta después de 1820 no pudieron volver a actuar con normalidad, hasta hoy.