Resistirse a la crujiente textura del croissant, a su particular sabor entre dulce y salado y al potente aroma de la mantequilla, es una tarea titánica y probablemente una batalla perdida. Es la suma de todos estos factores y alguno que seguro se nos escapa, lo que ha convertido al croissant en la pieza de bollería más solicitada del mundo. Moncho López, de las panaderías Levaduramadre Natural Bakery, nos cuenta el porqué del éxito del croissant en general y del que ellos elaboran, en particular.
Cuentan las crónicas que el croissant nació en Austria en 1863 para celebrar la victoria local contra el ejército otomano, en la que el gremio de panaderos parece que tuvo un importante papel al dar las primeras voces de alarma de una inminente invasión. Sin embargo, fuentes más fiables hablan ya de la existencia de un pastelito con forma de media luna elaborado en los conventos austriacos desde aproximadamente el siglo XI. No obstante, se trataba de una masa fermentada más cercana al brioche que al croissant actual, y no fue hasta el siglo XVI cuando los franceses dieron con una receta hojaldrada mucho más semejante al croissant que todos conocemos.
Es imposible no encontrar uno que nos guste
Sin embargo, estos datos no terminan de explicar por qué el croissant es la pieza de bollería más demandada del mundo. Para esclarecer este punto hay que recurrir a todo un experto en la materia como Moncho López, de Levaduramadre Natural Bakery, quien nos da algunas de las claves del éxito del croissant.
“Por un lado es un bollo muy sencillo pero a la vez muy complicado. Parece una receta muy fácil de hacer, pero en realidad no es nada fácil conseguir una masa hojaldrada con el punto justo de crujiente en todas las capas” - asegura Moncho.
“Podemos encontrarlo de multitud de tipos de harina: desde la refinada a la integral o las más sofisticadas masas veganas o vegetarianas; rellenos de casi cualquier ingrediente de los chocolates a las mermeladas o fiambres; bañados en azúcar, cacao, queso o sirope; frío, caliente, a la plancha…, la gama es infinita y por eso es prácticamente imposible no acertar con alguno que nos guste”.
“Tiene el equilibrio perfecto entre dulce y salado. Además es muy versátil y tiene un tamaño muy polivalente” - nos dice. Lo podemos consumir con dulces como mermeladas o chocolates o con salado como fiambres o quesos.
“Es liviano. No se hace pesado ni de comer ni de digerir, por eso es apto para consumir a cualquier edad”. No es empalagoso y mezcla bien tanto con el café, como con té o chocolate e incluso con zumos de frutas y si está relleno de queso o embutido marida perfectamente con cerveza, vino o cualquier refresco.
Por último, pero no menos importante, la experiencia sensorial que supone notar “el crunch de cada una de sus capas pero para ello es imprescindible comerlo a mordiscos” - concluye Moncho.