Las ganas de disfrutar del buen tiempo y el aire libre siguen a flor de piel. Ganas de salir. De desconectar. De resetear. De refugiarse en la naturaleza, respirar aire libre y disfrutar del veranillo tardío en alguna playa alejada de todo.
En el Algarve, las temperaturas agradables y los cielos despejados siguen alegrando los días de septiembre y octubre hasta bien entrado noviembre, invitando a disfrutar del sol, el aire puro y la naturaleza. Y si hay una naturaleza especialmente icónica en el sur de Portugal, que le lleva a protagonizar postales de viaje y fotos para el recuerdo, es su costa. Esa costa tan suya, tan especial, dibujada por acantilados de color ocre y rojizo, salpicada de cuevas, islotes de piedra, recovecos y entradas y salidas de mar que pintan paisajes únicos que quien descubre se lleva grabados a fuego en la retina.
Para disfrutar de las mejores vistas del sur de Portugal, hoy te llevamos de ruta por los miradores más “WOW” del Algarve, desde los más próximos a Huelva hasta la Costa Vicentina. No son todos los que son -porque son muchas las localizaciones con grandes vistas a lo largo de los 200 kilómetros de costa algarvía- pero sí son todos los que no debes perderte si quieres disfrutar de las mejores panorámicas del sur de Portugal.
De este a oeste, el Algarve desde el alto
Entrando al Algarve por el sureste, nada más cruzar el puente sobre el Río Guadiana -cuyas vistas ya empiezan a anunciarnos la belleza verde-azul que nos espera en el Algarve- la pequeña aldea de Cacela Velha merece una parada. Es chiquitita, pero resume todo el encanto del Algarve en sus poquitas calles empedradas de casas pintadas de blanco y azul, sus buganvillas y, aquí es donde queríamos llevaros, sus vistas desde la pequeña fortaleza del siglo XVII encaramada en lo alto de un acantilado: un mirador privilegiado sobre el mar y el Parque Natural de Ría Formosa, dibujando sus particulares islas de arena en su salida a las aguas cristalinas del mar. Un lugar único para respirar la paz que inspira la ecuación perfecta de dunas, bosques de pinos, mar, barquitas de pescadores y aves marinas sembrando el cielo azul del Algarve.
Siguiendo hacia el este, imposible no detenerse en Tavira. Puerto neurálgico en el sur de Portugal en el siglo XVI, su personal belleza late en sus calles sinuosas flanqueadas por puertas de reja y asciende a las torres y cúpulas de sus decenas de iglesias y, por supuesto, al castillo, que regala unas sus preciosas vistas de los jardines, los techos de Tavira, el río Gilão, dividiendo “las dos Taviras” y, el paisaje verde de ría Formosa fundido en azul mar que rodea la ciudad.
De nuevo en ruta, imprescindible detenerse en Faro, la capital de la región, donde para disfrutar de las mejores vistas hay que entrar en el casco antiguo -fundamental perderse un rato por él callejeando, serpenteando rúas, deteniéndose y disfrutando de un café con un dulce en una terraza escondida entre buganvillas para coger fuerzas para ascender los 80 escalones que conducen a la torre campanario de la Catedral de Faro. El esfuerzo merece la pena: las vistas de la ciudad vieja, el puerto deportivo y la Ría Formosa son un regalo.
Siguiendo viaje hacia el oeste, llegamos a Albufeira para detenernos, no en sus playas más famosas, como Falésia, la de Maria Luísa o los Alemanes, siempre buena opción, sino para adentrarnos en la malla urbana. En pleno centro, la Praia do Peneco debe su nombre a un enorme peñasco de tonos ocres instalado en medio del arenal, resistiendo al paso del tiempo y convirtiéndose en símbolo. Otro de los símbolos de la playa, ya de origen artificial, es un elevador que permite descender desde el acantilado al sector oeste del arenal: las vistas desde su mirador se encuentran entre las preferidas de los viajeros.
Nuestra próxima parada es en Lagoa, en la popular Praia da Marinha. Habrás visto esta playa en foto una y mil veces, porque es un icono en la región y una de las playas más buscadas y admiradas por los viajeros. Pero encontrarse con este paisaje en persona es una experiencia para la que no existen palabras. En su alto, el mirador ofrece la estampa perfectamente idílica y ensoñadora de esta famosa localización, cuya fama posiblemente no le haga justica a tanta belleza, con su playa recortada por los acantilados y sus “algares” o cuevas. Absolutamente imprescindible.
Ya en Lagos, el Mirador de Atalaia es el lugar donde observar la famosa Ponta da Piedade, enamorarse de ella y querer quedarse para siempre en este lugar. Este icónico emplazamiento es un tesoro paisajístico, hecho a base de aguas cristalinas y rocas ocres que dibujan arcos, pequeñas cuevas y galerías, entre las que se aventuran los kayaks y las barcas, deseosos de disfrutar aún más de cerca de este lugar de otro planeta. Desde arriba el espectáculo está servido en toda su dimensión. Pero también cabe la opción de descender los 20 metros de profundidad hasta el agua: unas escaleras conducen precipicio abajo hasta un pequeño amarre de pescadores. Allí existe también la posibilidad de sorprenderse de las vistas desde otra óptica: mirando hacia arriba.
Muy cerca de esta ubicación se encuentra otra de obligada visita: la Praia do Camilo. Otra de las estampas más instagrameables de la región, con su fotografiada escalera de acceso a esta playa pequeñita, pero con mucho encanto. La escalera regala unas bonitas vistas del escenario perfecto que forman el bosque de pinos que puebla el acantilado, descendiendo a una calita enmarcada por rocas y algares de 25 metros de altura. La playa conecta con otras tres, a las que se accede a través de túneles excavados en la roca.
Nuestra siguiente parada es en Sagres, en el famoso Cabo de San Vicente. Su atardecer ocupa por derecho propio un lugar destacado entre los atardeceres más bonitos del mundo. Ver fundirse el sol rojo en las aguas del Océano Atlántico, al tiempo que la luz se colorea de anaranjado a púrpura hasta extinguirse en el lugar donde el mundo acababa y cuyos afilados acantilados invitan a pensar que no es de extrañar que así se creyera, es una experiencia que hay que disfrutar en persona. Por el día, el espectáculo cambia el misticismo onírico nocturno por la brutal belleza diurna de un paisaje inmenso, de escarpadas paredes estrellándose en el Atlántico y playas escondidas donde los surfers hacen su agosto.
Ya en la Costa Vicentina, la costa oeste del Algarve y una de las más personales de Europa, disfrutar de buenas vistas en tranquilidad y silencio es tarea fácil, una vez alejados de las tradicionales rutas turísticas y los miradores más populares. No obstante, hay puntos donde las vistas son si cabe aún más espectaculares y esta particular ruta nuestra nos lleva a dos. Por un lado, a la playa de Arrifana, una de las más buscadas por los amantes de las olas. Allí mismo, en la cima de un acantilado, de frente a una roca gigante en medio del Atlántico (conocida como “Pedra de Agulha”), se ubica el Mirador de Arrifana. Por su parte, el Mirador de Castelejo es una ubicación privilegiada para disfrutar de una panorámica sublime de toda la franja costera, muy recomendado también para ver la puesta de sol.
10+1 miradores
Si bien nuestra ruta ha sido costera, cuando se habla de miradores del Algarve imposible no hacerlo de “El Mirador”: el pico Fóia, en la Sierra de Monchique. Es el techo del Algarve, elevándose a 902 metros de altitud, y el lugar donde contemplar la panorámica más extensa y completa de la región, con los valles salpicados de pequeñas aldeas en las proximidades y llegando hasta el Océano en los días claros (los más en el Algarve). Se puede acceder haciendo senderismo, a través de la Ruta de Fóia, un sendero circular de siete kilómetros que rodea el pico.