El filósofo y académico Emilio Lledó (Sevilla, 1927), uno de los pensadores más importantes del mundo hispano, ha entregado su legado a la Caja de las Letras: un libro de su etapa temprana escolar con el que rinde homenaje a su maestro durante la República, varios dibujos en bandejas y papeles con los que encuentra «tranquilidad» en momentos de «soledad», así como un ejemplar de El silencio de la escritura, y otros dos cuadernos con algunas de sus reflexiones.
Para García Montero, recibir el legado del «maestro Lledó» supone «un honor y alegría», destacando no solo su labor como profesor de filosofía, sino como uno de «los grandes ejemplos de la sociedad cívica», española. El director del Cervantes recordó parte de la trayectoria del pensador, quien nació en Sevilla, pero se educó en Madrid «durante los años difíciles de la guerra y la dictadura».
«Hoy está en su casa por un doble motivo: porque es amigo de este Instituto Cervantes desde hace muchos años, pero también porque estudió su bachillerato hace muchos años en el Instituto Miguel de Cervantes», afirmó García Montero, quien además destacó del filósofo su «herencia de la mejor voluntad pedagógica de la República para tender puentes». García Montero enumeró algunos de los libros más destacados de Lledó (entre otros Lenguaje e historia o Imágenes y palabras), con especial atención a Ser quién eres. Ensayos para una educación democrática.
«Son muchos los reconocimientos recibidos, pero quizás el que más le importe es la conciencia de ser uno de los maestros más reconocidos del civismo democrático», apuntó García Montero. «Ha tendido puentes entre el mundo clásico y las inquietudes contemporáneas y en su pensamiento hemos visto presente a Platón, Aristóteles, Kant o Nietzsche», añadió García Montero.
Lledó: «No soy maestro, pero he sido feliz enseñando»
Lledó ha agradecido con humor esta iniciativa, recordando que García Montero tardó tres años en convencerle, para después rechazar la etiqueta de «maestro». «No soy maestro de nada, pero he sido coherente y feliz enseñando, he sido profesor durante muchos años y esa comunicación de la lectura, cultura y amor a los libros sigue siendo esencial en mi vida», apuntó el filósofo.
En el legado depositado destaca un cuaderno escrito a mano con bolígrafo, «incluso con alguna falta de ortografía» como señaló él mismo, escrito en 1937 cuando aún no había cumplido los diez años. Este cuaderno sirve de homenaje a su maestro de entonces, Francisco López Sancho, quien fue profesor en los años de la República durante «aquellos años duros de la guerra». «Aún no lo he olvidado, porque nos enseñó esperanza e ilusión y refleja lo que significaba un maestro en la escuela pública«, señaló.
El filósofo y pensador recordó la importancia del Quijote en esas clases, cuando López Sancho hacía leer a sus alumnos algunas páginas del libro de Cervantes y posteriormente venían las «sugerencias de lectura». «Entendíamos lo que don Francisco quería de nosotros: libertad, personalidad, que no fuera une escuela que nos metiera grumos mentales y fuéramos montados en el burro de Sancho y nos llevase por el monte», destacó.
«No soy maestro de nada ni he pretendido nunca serlo. Ahora que con la edad me queda poca esperanza de vida, no me avergüenzo para nada de mi pasado, puedo haberme equivocado, pero estoy contento de haber seguido la ruta de don Quijote y haber tropezado alguna vez con molinos», concluyó Lledó, antes de introducir el legado en la caja número 988.