En paralelo al carnaval de color, comparsas y maquillaje, se mueve otro mundo de carnaval: el carnaval rural, el que bebe de antiguos ritos y rescata personajes ancestrales extraños. Como La Tarasca de Hacinas, el Gallo de Mecerreyes, el Gallo de El Almiñé o la Vaca Rabona de Hortigüela, cuatro personajes carnavalescos antiquísimos que siguen de tendencia y mueven muchos seguidores en la provincia de Burgos.
Mientras las ciudades se llenan de desfiles, comparsas coreografiadas, trajes manufacturados y maquillajes impactantes, los pueblos de Burgos bucean en ritos ancestrales para recuperar personajes de verdadero carnaval.
Una estirpe de seres curiosos como pocos, protagonistas de cuatro de las fiestas de carnaval más famosas de la provincia de Burgos, todas ellas con un denominador común: sus raíces antiquísimas, que se mueven entre influencias llegadas del Imperio Romano y las costumbres celtíberas. Ésta es su historia, y revivirla este mes, un plan irresistible.
Pocos personajes han resistido mejor al paso del tiempo y quizá por ello, Mecerreyes es el mejor lugar para estar el Domingo de Carnaval. Aquí tiene lugar la ‘corrida del gallo’; un espectáculo cargado de tradiciones que reúne a locales, curiosos y amantes de lo auténtico desde que en 1980 se recuperó su celebración, prohibida durante años por su carácter pagano.
Las calles se llenan de colorido y alboroto desde bien temprano, desafiando al frío de la mañana. El pueblo entra en calor al pasar de unos estrambóticos seres que recuperan una fiesta ancestral cuyos orígenes se pierden en tiempo y en los que la cultura celtíbera y castellana se funden en unos festejos fuera de lo habitual. Figuras misteriosas recorren las calles desde por la mañana, atormentando a las gentes con su siniestro aspecto conseguido a base de palos, huesos, cuerdas y hojas, herencia de la tradición popular.
La comitiva la forman zarramacos, alguaciles, danzantes y dulzaineros. Los zarramacos, fácilmente identificables por sus caras pintadas de negro y sus atuendos de pieles y grandes cencerros, guardan el orden intimidando con sus palos. Los alguaciles, con sus capas castellanas negras, son los encargados de “mantener a raya” a los espectadores durante la corrida del gallo, echándoles a los pies cenizas o garbanzos e impedirles así cruzar los límites. Dulzaineros y danzantes acompañan de música y bailes todo el ritual.
Llegan así las cinco de la tarde, cuando el gallo auténtico y el gallo de trapo (el que se usa para que el real no sufra ningún daño) coronan la rueca adornados con su mantón. El Rey (un niño del pueblo de diez años, curiosamente ataviado para la ocasión) los muestra, orgulloso. Suenan las coplas cada vez más solemnes y los mozos danzantes se arremolinan al ritmo de dulzainas y tamboriles. Es la señal.
Comienza la ‘corrida del Gallo’. La emoción se respira en todo Mecerreyes y los zarramacos agitan sus tarrañuelas ante los mozos, que luchan por llevarse el trofeo.
La tradición toma forma de danza en la plaza del Ayuntamiento donde se invita a los asistentes al baile de la rueda y a una degustación de lo más dulce de la gastronomía burgalesa. Las naranjas con azúcar, las orejas de haba, los florones o el sabor a almendras y caramelo que los árabes dejaron en estas tierras con el guirlache. Una receta que se mantiene viva desde tiempos medievales.
Los franceses dejaron en herencia en este municipio burgalés este personaje del carnaval. Fue tras la Guerra de Independencia (1808) y, desde entonces, no se ha dejado de rendir homenaje a La Tarasca.
Para contribuir al caos y la diversión de la festividad, entran en escena los comarrajos, vecinos vestidos con ropas andrajosas y máscaras terroríficas, que arrojan harina y agua a quien se cruza con su paso. Cordeles, cencerros y risas sirven de banda sonora a esta hermosa tradición burgalesa.
La mitología deja paso en Hortigüela a los miedos más mundanos que uno siente de niño cuando crece en el campo. El respeto a la bravura de un animal grande y la vergüenza del cortejo. De aquí nace el folclore más apabullante.
Por eso, en Carnaval son los mozos del pueblo quienes arrastran a la ‘Vaca Rabona’ o ‘Vaca Merina’ por las calles de Hortigüela atemorizando a los vecinos, que huyen para no ser corneados. Esta estructura de madera cubierta de telas y con cuernos de vaca es el personaje principal del Carnaval de este municipio de la Sierra de la Demanda y esconde, bajo la alegría y las risas, una tradición ancestral que permite a los jóvenes acercarse a las mozas con la excusa de darles una cornada. El antiguo arte del cortejo que regresa a las calles de Hortigüela cada mes de febrero.
Más de cinco siglos de historia sostienen a la Danza del Gallo de El Almiñé, en la Merindad de Valdivielso. Una tradición que lucha por mantenerse viva año tras año adaptándose a los calendarios festivos de hoy en día. De ahí que su día grande, su danza, se baile ahora el sábado antes del Martes de Carnaval (17:30h) y no el mismo martes, como era costumbre.
El jefe de la Danza marca el compás. En su mano derecha empuña una espada adornada con cintas de colores y, en la izquierda, sujeta un gallo mientras dirige a vecinos y forasteros, todos ataviados con sus mejores disfraces, hacia la explanada del Carraspal. Allí todos danzan alrededor del gallo al ritmo de dulzainas y tamboriles, respetando al máximo la vida del animal y recordando el simbolismo que impregna a este rito ancestral. El gallo aleja a la muerte, la brujería y los espíritus malignos; simboliza la vida y encarna la lujuria, que para los cristianos debía ser reprimida, sobre todo en periodo de Cuaresma.