Repaso a 5 elementos turísticos por los cuales los que aman el turismo entenderan que viajar a Túnez es imprescindible en la vida.
PRIMERA. Sinfonía en blanco y azul
Poco podía imaginar el piadoso clérigo musulmán de nombre algo complicado, Abou Said ibn Khalef ibn Yahia Ettamini el Beji, a quienes sus fieles anteponían el calificativo de Sidi (señor), que el lugar que eligió para aislarse del mundo y dedicarse a la oración, la meditación y los debates teológicos junto a sus seguidores, acabaría convirtiéndose, con el paso de los años, en uno de los centros de peregrinación de artistas, escritores y bohemios de todo el mundo y también en lugar de encuentro de todo tipo de viajeros. Pero aunque ahora ya no sea ese sitio solitario y aislado en el que Sidi Bou Said, como solían llamarle de forma abreviada, y otros soufitas (místicos) se recluían para estar más en contacto directo con Alá, algunos de los atractivos que les llevaron a este lugar siguen inalterables. Aquí el mundo parece haber desaparecido, el firmamento está más cerca aupado sobre un acantilado vertical de 140 metros, incluso los colores azul y blanco que inundan toda la ciudad parecen reproducir los de ese cielo impoluto que se acaricia con la punta de los dedos.
Nadie puede pasar por este lugar sin detenerse en su célebre Café des Nattes, también conocido como Café de las Esteras, con las que está decorado su suelo, aunque los tunecinos lo conocen simplemente como el Kahwa el alya –el café en lo alto–. Las columnas interiores, con suaves tonos rojos y verdes, los colores del Islam, recuerdan que el lugar formó parte de la mezquita zaouita. En el recorrido por Sidi Bou Said hay dos encuentros imprescindibles. El primero es con sus gatos, que abundan de todos los colores y tamaños, que aparecen recostados a la puerta de una casa, sobre los bancos de los cafés o jugueteando entre los jardines. El segundo es con los vendedores de ramilletes de jazmines, flor fetiche de Sidi Bou Said, que los hombres llevan con frecuencia colgados tras la oreja y las mujeres formando un collar alrededor del cuello, y cuyo penetrante aroma forma parte de la ciudad.
SEGUNDA. Las ruinas de la memoria
Al otro lado de la colina en la que eleva Sidi Bou Said se conservan las ruinas de Cartago. Se trata, claro, del Cartago romanizado, ya que el cartaginés, como se recordará por los manuales de Historia, fue totalmente arrasado y cubierto de sal por un egregio miembro de la familia patricia de los Escipión tras la tercera guerra púnica. Aunque no queda gran cosa, el lugar ha merecido formar parte del Patrimonio de la Humanidad.
El mejor punto de partida es la colina de Byrsa, que domina la zona y proporciona una perspectiva general desde su cima. A sus pies se encuentra la catedral de St Louis, visible desde algunos kilómetros a la redonda. Es una construcción de proporciones descomunales, que fue erigida por los franceses en 1890 y dedicada al rey santo que murió muy cerca de aquí. El Museo Nacional es el gran edificio blanco ubicado en la parte posterior de la catedral, y sus exposiciones, renovadas, merecen un vistazo. La muestra púnica, en la planta superior, es muy recomendable. El anfiteatro romano en la parte occidental de Byrsa, a 15 minutos andando desde el museo, fue uno de los más grandes del Imperio, aunque hoy queda poco de su esplendor. La mayoría de sus piedras fueron extraídas para otros proyectos de construcción en siglos posteriores. El conjunto de enormes cisternas situado al noreste del anfiteatro constituía el principal suministro de agua de Cartago durante la era romana. Las termas de Antonino se localizan al Sur, en el frente marítimo, e impresionan básicamente por su tamaño y situación.
TERCERA. De la playa a la medina
Hammamet, a pocos kilómetros al sur de Túnez capital, es con toda certeza el más celebre símbolo del descanso en Túnez. Es aquí donde mar, cielo, sol, palmeras y naranjos combinan sus encantos para recrear la imagen que muchos tienen hoy en día del destino ideal para las vacaciones. Desde hace años, ha sido elegido por ilustres huéspedes para desconectar del mundo: Winston Churchill, Oscar Wilde, Andre Gide, Paul Klee Franck Lloyd Wright, Sofía Loren y muchos más.
A pesar de la afluencia turística, Hammamet ha estado en la vanguardia de la conservación y protección del medio ambiente, una norma urbanística exige que ningún edificio hotelero tenga más altura que los cipreses o palmeras de la zona y que todos los hoteles antes de recibir los permisos necesarios para su construcción, tengan previsto en sus planes un espacio jardín de acuerdo con la superficie de sus edificaciones. Aquí se encuentran también sofisticados centros de talasoterapia, spas y lugares para el turismo de salud, belleza y medicina, fórmulas en las que Túnez está ocupando un lugar predominante.
Y a un paso está Susa que en principio parece una prolongación de lo anterior, con sus playas doradas y limpias, con sus modernos hoteles, con sus amplios paseos... Pero dentro de Susa hay otro Susa, el antiguo, la vieja medina encaramada a un montículo que se asoma al mar y al que se entra por la plaza Des Martyrs, junto a la plaza Farhat Hached, donde hay una brecha causada por los bombardeos del 43. Esta puerta del mar —Baba el Bahr— permitía el acceso de los barcos al puerto interior. Y es que por entonces el mar golpeaba inclemente toda la cara este de las murallas de la medina. El color pardo de la piedra y la cal de las fachadas enjalbegadas definen los volúmenes de la medina de Susa frente a los azules del mar y el cielo, donde se ha remansado durante siglos la vida tradicional de la ciudad musulmana.
CUARTA. Espejismos reales
En medio de los enormes arenales que esbozan el comienzo del gran desierto del Sahara surgen vastas plantaciones de palmeras cuajadas de dátiles; tablas de surf vuelan sobre el espejo que forma un gran lago... sin agua; millones de estrellas iluminan un pueblo desierto que celebra una cena beduina entre miles de velas; antiguas fortalezas y viviendas trogloditas perdidas en la arena sirven de escenario para historias futuristas... Ningún espejismo es capaz de generar tantas efímeras bellezas como la pura realidad que puede contemplarse en la zona más profunda de Túnez, allá donde las inmensas arenas siluetean el mayor desierto del mundo, que con sus nueve millones de kilómetros cuadrados es compartido por once países africanos.
La capital de este espectacular paisaje es Tozeur, un lugar presidido por la arena y el agua, donde el horizonte desaparece para dejar espacio a tres desiertos entremezclados, el de arena, el erg, donde el viento esculpe incansablemente dunas móviles, el de los chott, serir, de cristales brillantes que devuelven sorprendentes espejismos y el de roca, el hamada, inmensidad pedregosa donde se pierde la mirada. Un mundo por descubrir, para dejarse conquistar o para fundirse con él, en un viaje fuera del tiempo, lleno de sensaciones, donde se mezclan cultura, tradiciones y la hospitalidad se practica como el valor más enraizado y verdadero. Su palmeral único, regado por más de doscientos manantiales que suministran casi 60 millones de litros por día, y donde se cultivan los mejores dátiles del mundo y su insólita arquitectura de ladrillos compactos de originales dibujos geométricos de origen misterioso, le dan un encanto particular.
QUINTA. Rumbo a la aventura
Desde Tozeur puede iniciarse el recorrido que lleva a los oasis de montaña de Chebika, Tamerza y Midès, casi en la frontera con Argelia. Suele llegarse hasta aquí en vehículos 4x4, pero es recomendable hacer previamente un breve recorrido en el legendario Lézard Rouge (Lagarto Rojo), un tren de vía estrecha inaugurado por el bey de Túnez en 1899 que llevaba a los principales lavaderos de mineral de fosfato. Atraviesa la garganta de Seldja, de 15 kilómetros de largo. Desde sus vagones de principios del siglo XX con asientos de cuero rojo se contempla un paisaje deslumbrante, un camino espectacular abierto a las leyendas.
El tren, los oasis de montaña y otros lugares de Túnez fueron los decorados elegidos para muchas de las escenas de la película El paciente ingles de Anthony Minghella que consiguió nueve Oscar. Aunque otros muchos directores han encontrado en Túnez el escenario ideal para sus historias. Además de la Guerra de las galaxias y El paciente ingles, por aquí se rodaron En busca del arca perdida, La vida de Brian, Piratas del Caribe, Quo Vadis, Jesús de Nazaret y hasta se logró recrear ambientes japoneses para Madame Butterfly.
En Chebika vale la pena acercarse a su pintoresco manantial con un pequeño palmeral y una cascada alimentada por pequeños arroyos serranos subterráneos. Aquí se cultivan, sorprendentemente, albaricoques, melocotones, granadas, cítricos y plátanos en un terreno totalmente árido. Incluso tabaco a la sombra de las palmeras. Las casas abandonadas y las ruinas de la antigua Tamerza conservan su aspecto misterioso y ofrecen una visión imponente al atardecer. Por la noche se organizan cenas a la luz de miles de velas realmente espectaculares. Parecidas a las que pueden disfrutarse en pleno desierto, entre las dunas sinuosas y alumbrados por miles de estrellas. Un ambiente que hace soñar y recordar los antiguos versos bereberes: "Todo lo que quiero está aquí, la tribu en movimiento, los horizontes infinitos"
Fotos: © Open Comunicación