Berlín. 2008 y 2011. Comienzo con 3 viajes que realicé a Berlín, en dos ocasiones por trabajo y una por placer. (2008 y 2011).
He de decir que faltaré a la objetividad en unas cuantas ocasiones porque me enamoré de la ciudad nada más aterrizar.
Lo primero que llamó mi atención fue la cantidad turcos que hay en Berlín. Taxistas, tiendas de alimentación general……. El primer viaje, en 2008, me hizo darme cuenta de que estaba en un sitio muy especial. Al ser por motivos laborales y deberme a mi trabajo, mis trayectos eran, básicamente, de Friedrichstrasse al Berlin ExpoCenter City de Messe Berlin. Los pocos momentos que tenía al finalizar la jornada, realizaba pequeñas exploraciones cerca de hotel. Al ser un lugar muy céntrico, pude pasar delante del Friedrichstadtpalast, el mayor teatro de revista de Europa y ver las luces y cartelería anunciando el espectáculo del momento. Otro punto, frente a mi alojamiento, era la estación de Friedrichstrasse, nudo central de comunicaciones de la ciudad. Con sus galerías comerciales, supermercados y tiendas. Desde el hotel, podía ver la imponente silueta de la Fernseheturm, al lado de la famosísima Alexanderplatz, así como percibir el bullicio y el ambiente del centro de Berlín.
Se me explicó que la Friedrichstrasse era una especie de calle ‘neoyorquina’ de Berlín, desarrollada principalmente a partir de los años 20 (los ‘felices 20’ o ‘locos ‘20’, dependiendo de la fuente).
Poco más pude ver, puesto que estaba de viaje por motivos laborales. Cuando me llevaban al aeropuerto para mi vuelta, me mostraron una mole en pleno centro de Berlín, de cemento. Se trataba de un búnquer de la antigua R.D.A., adquirido por un millonario y convertido en museo privado y vivienda de altísimo standing.
En 2011 volví a dicha ciudad, de nuevo, por motivos laborales. Ésta vez, me alojé en un hotel de estructura de casa alemana en la Rathausstrasse, esquina con Frankfurterallee. En pleno corazón de Berlín Este. Enfrente, un edificio de la época de la R.D.A... Viviendas populares. En dicha mole habitan más de 15.000 personas, según me contaron (y lo creo porque, a pesar de la esquina, no conseguí ningún encuadre en el que pudiera salir completo). El resto de la zona, Lichtenberg, de gran encanto, con el parque homónimo y la estación de Frankfurter Allee.
La segunda visita cronológicamente hablando, fue la única que, por el momento, he realizado por turismo.
No disponía de mucho tiempo, así que era imprescindible llegar con algo ya previsto y las ideas claras. Nada más llegar, compré un pase de transporte público (metro, tranvía, autobús urbano y cercanías) para las zonas AB y entradas al Museumsinsel.
Como pude comprobar luego, el ticket era una especie de “reserva” para los museos. Mostrándolo evitabas la cola de acceso en el de Pérgamo. Menudo privilegio poder pasar bajo la Puerta de Ishtar, y poder disfrutar, en ese momento, de piezas que habían sido cedidas temporalmente por el Louvre y la National Gallery…… Aquella fue una mañana de museos. Los siguientes en la lista fueron el Bode Museum y el Neues Museum.
Una zona muy curiosa, se encuentra en Georgenstrasse. Bajo las vías de la estación de Georgenstrasse hay restaurantes, bares y una galería de anticuarios, joyerías y tiendas que se hallan interconectadas. Muy curioso para ver y perderse.
Creo recordar que aquella tarde visité algunos comercios famosos de Berlín, bien por su arquitectura o lo que han calado en la memoria popular. Después del anochecer, mis pasos me llevaron hasta la Iglesia del Emperador Guillermo I (también llamada Iglesia del Recuerdo). Se decidió no restaurarla en 1956, como recuerdo a la barbarie de la guerra, tras su destrucción por una bomba en 1943. Es un icono de Berlín.
Al otro día fue para deambular hasta donde me llevaran los pies, sin más previsión. Billete de transporte público para la vuelta, y plano para ubicarme. Acabé en Oranienburgerstrasse. Zona con muchos cafés, artistas bohemios y pequeñas galerías de arte para todos los gustos. Entré en la Sinagoga – Centro Judaico. Destruida por los nazis, en la época de Helmut Kohl el Gobierno alemán contribuyó de modo decisivo a su reconstrucción. No recomendables las exposiciones a los débiles de corazón. Como dato curioso, la seguridad, arcos y bandejitas para depositar los efectos personales, tal y como se hace en los aeropuertos. Al pedirme la documentación, el encargado de seguridad (no exagero si lo califico de “ropero empotrado”) me saludó por ser español, ya que su familia era de raíces sefardíes y conocía el idioma perfectamente.
Tras dicha visita, seguí caminando por un barrio con solera, y vuelta en tranvía al hotel. Por la tarde, paseo por la zona cercana al hotel y justo enfrente, un concesionario de Opel con un pequeño museo de diseño en la primera planta.
El último día coincidía con mi cumpleaños y la reunificación alemana. A echar el resto…. Andando, tardé en llegar desde el hotel al Checkpoint Charlie unos 15 minutos. Tras visitar el pequeño museo cercano, tocaba empaparse del ambiente callejero en una fiesta nacional alemana. En las cercanías, una obra cercana había sido empapelada con momentos históricos, como una foto del día en que pudo desatarse una III Guerra Mundial. Tanques rusos y americanos, enfrentados los cañones en las cercanías. Menos mal que en ambos lados guardaron la sangre fría y nadie hizo ni el más mínimo disparo ni provocación más allá de dicho alarde. Otro momento fotografiado, mucho más entrañable, mostraba al genial Mstislav Rostropovich sentado en un humilde taburete, con su chelo, tocándolo en una esquina, ante gran cantidad de gente, con un sombrero en el suelo, para celebrar la caída del muro.
Obligatorio, en un día como ese, ir a Unter den Linden, a la Puerta de Brandenburgo, y ver las embajadas de la Federación Rusa, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, el Reichstag, las Oficina de Información del Parlamento Europeo, el Museo Madame Tussaud de Berlín, así como tantos atractivos de la zona. Para poner la guinda, un ambiente de fiesta, cervecero a la alemana y con música ‘schlager’. Acabé almorzando en un restaurante de ambiente bávaro en la Kronenstrasse.
Para hacer bajar el codillo que me tomé, opté por regresar paseando junto al Spree, deshaciendo mis pasos.
Aquella última tarde fue un poco vagar sin rumbo, paseando en transporte público por algunas estaciones con estética de los años 40, por sus azulejos, otras con estilo de los 70 y, al bajar en Friedrichstrasse, unas chicas con bandejas ofreciendo “berlinesas” para conmemorar la reunificación alemana.
Tengo una espinita clavada (entre tantas) que me obliga a volver a Berlín. Y es que, por trabajo dos veces, y cuando fui como turista al no haber espectáculo y estaba en tareas de mantenimiento, no pude acceder al Friedrichstadtpalast.
Hasta pronto, Berlín…..