Rosas fue bombardeada durante la Guerra Civil española, y ahora es posible descubrir cómo era la localidad en aquellos difíciles años, a mediados del pasado siglo, sumergiéndonos en sus entrañas para admirar su atractivo turístico menos conocido: un refugio antiaéreo de 100 metros de longitud y una altura media interior de 1,90 metros en el que los rosenses se aferraban a la vida cuando sonaban las sirenas.
Rosas ofrece al visitante innumerables atractivos turísticos perfectamente visibles por tierra, mar y aire. Pero hay uno que permanece oculto en su subsuelo y que forma parte de la Red de Espacios de Memoria del Memorial Democrático. Un lugar de gran valor histórico y testimonial… aunque no destile la belleza de sus grandes iconos patrimoniales como son la Ciutadella o el Castillo de la Trinitat.
Se trata de su refugio antiaéreo uno de los varios que se construyeron en esta localidad a lo largo de la Guerra Civil española para proteger a la población civil de los ataques de la marina de guerra franquista y de la aviación italiana. Es el denominado Refugio de la plaza de la Pau, antes llamado de la Pujada a l’Escorxador, y se trata del único visitable dentro del núcleo urbano rosense.
Durante el verano hay visitas guiadas, los viernes 19 de julio 2, 16 y 30 de agosto, por un precio de 5 euros, adultos, y 3 euros (entre 6 y 17 años). Los tickets pueden adquirirse en la Oficina de Turismo, ubicada en la Av. de Rhode, 77, a la entrada de la localidad, a continuación de la Ciutadella.
Para hacer esta trinchera se aprovechó el desnivel natural del terreno entre las calles Trinitat, Capità Ariza y Josep Sabater. Antiguamente el refugio tenía tres entradas: la principal está situada bajo las escaleras que llevan a la plaza de la Pau. Otro acceso se encuentra al final de la Pujada de l’Escorxador, y en suelo de la calle Girona, esquina con Josep Sabater, hay un respirador.
En su interior, el refugio consta de 100 metros de longitud, un metro de anchura y 1,90 metros de altura media. Según testimonio de Eudald Francisco Badosa, que era un niño de 4 años cuando estalló la Guerra Civil, solía calzar unos zuecos rellenos de paja para tener los pies calientes, pues dentro del refugio hacía mucho frío y humedad. Siempre los tenía preparados para salir rápido de casa en cuanto sonaban las sirenas o las campanas que anunciaban la llegada de los bombarderos. El refugio solía estar limpio pero había agua en el suelo. Y recuerda que una anciana, para conseguir que todo el mundo callara, decía que había un aparato por el que podían espiarles. Algunos vecinos esperaban fuera, ocultos, para avisar al resto del interior cuando acababan los bombardeos.