Siglo V antes de Cristo.
En Roma la democracia apenas asoma tal y como la conocemos hoy. Hay una crisis de alimentos por los altos precios del trigo: inflación. El pueblo quiere comer.
Se produce una huelga, una revuelta, que enfrenta a patricios y plebeyos por las calles, y a sus representantes en el senado. Hay que elegir al cónsul. Los patricios proponen al conservador Cayo Marcio, joven, pero experto militar que odia al pueblo. Sin embargo, necesita sus votos, ha de pedírselos, rogárselos, como paso necesario para ser proclamado Cónsul.
Lucha de clases, el precio de los alimentos, la inflación: la vigencia de este texto es extraordinaria.
En palabras de los autores “con este caldo de cultivo nosotros bebemos de Shakespeare, de Plutarco, de Maquiavelo, dialogamos con él, con ellos, intentamos imaginar cómo re-escribiría Shakespeare hoy su Coriolano, y lo hacemos inmersos en nuestra actualidad, en la vigencia del texto, y con parecidos motivos: intentar entender/entendernos mejor. Obviamente nos centramos en la trama política, y de la militar extraemos aquello que interviene en el devenir de la trama política. Y tomamos decisiones desde nuestro hoy que hacen que la contemporaneidad de Coriolano sea abrumadora. No hacemos hoy nada distinto de lo que hizo Shakespeare ayer: dialogar desde el presente con el pasado. Por eso el título: Coriolano, después de William Shakespeare”.
Shakespeare (1564-1616) copia el argumento de Plutarco (350-432 a. c.) —a veces, literalmente— para componer Coriolano, es decir, inventa sobre algo ya hecho, estableciendo un diálogo anacrónico entre su antes y su hoy. Así mismo, es impensable esta obra sin Maquiavelo (1469-1527), una de cuyas máximas era que “la mejor fortaleza de un gobernante es no ser odiado por el pueblo”, y a quien sin duda conoció/leyó Shakespeare.
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