Llegamos pronto, muy pronto, aunque en la estación había ya mucho, pero mucho ajetreo de gente con maletas dispuestas a tomarse unos días de descanso, todo esto resultaba normal, ya que era Miércoles Santo, día en el que, según cuenta la historia sagrada, Judas traicionó a Jesucristo por treinta monedas de plata; se trata además de un momento de transición, justo cuando concluye el periodo de Cuaresma y comienza la Pascua.
Bueno, dejemos atrás las leyendas, y volvamos a lo que realmente importa, a nuestro viaje de Semana Santa, de hace ya algunos años....
Buscábamos un destino peculiar y diferente, un lugar alejado tanto de la festividad religiosa como del bullicio playero…., finalmente diferentes motivos y el azar nos dirigió a Zaragoza. Por lo que tomamos rumbo hacia esta ciudad turística, pequeña y con dos mil años de historia. Era el año de la Exposición Internacional del 2008.
Estas breves vacaciones las comenzábamos temprano, en los andenes del AVE de Madrid. Era de esas mañanas de parón festivo en las una peculiar calma se ve interrumpida por la agitación vacacional.
El tren se puso en marcha a la hora prevista. Sin apenas darnos cuenta llegamos a la estación de Delicias-Zaragoza. A la salida los primeros rayos de sol, iluminaban a lo lejos, tenuemente, la zona, aun en obras, de lo que después sería el recinto de la exposición, hoy lugar de visita turística, casi obligada de la ciudad.
Tomamos un autobús que nos llevó al centro de la ciudad. Allí, nuestro primer destino, como el de muchos otros visitantes, fue la Plaza del Pilar, conocida como ‘el salón de la ciudad’, por ser el lugar más concurrido de la urbe, o también como la Plaza de las Catedrales, ya que aquí se levantan dos de sus edificios más emblemáticos, la Basílica del Pilar, símbolo universal de Zaragoza y la catedral de San Salvador (la Seo obra cumbre del mudéjar zaragozano).
Accedimos a la turística plaza por la calle Alfonso I, donde hicimos una parada, para desayunar, en el Gran Café de Zaragoza. Se adivinaba, ya, un día soleado, aunque soplaba un frio y seco viento del Moncayo.
Un aire que arreciaba con fuerza en la explanada de la plaza, donde a estas primeras horas se veían, aun, pocas personas pasear y la basílica permanecía cerrada, así que, para aprovechar el tiempo y la mañana, nos encaminamos hacia la orilla del rio Ebro, plomizas aguas de matices apagados, por donde emprendimos un apacible y agradable paseo, durante el cual fuimos cruzando algunos de sus fastuosos puentes de diferentes estilos y épocas, desde los cuales contemplamos bellas vistas.
Un paseo, que se prolongó más de lo que pensábamos, hasta conducirnos a la zona del ‘tubo’, situada en pleno casco viejo, allí entre sus callejuelas se mezclan antiguas tabernas con locales modernos y reformados que hacen de este lugar un sitio pintoresco y animado donde probamos algunas de las típicas tapas de la zona, y de esta forma, callejeando, entrando y saliendo de diferentes bares, comimos… y sin apenas darnos cuenta, llegó la tarde, y con ella descubrimos, de golpe, a los auténticos protagonistas de estos días…. , los tambores.
Fue algo imprevisto, de todas las esquinas de la ciudad llegaba un constante retumbar que, sin quererlo, nos arrastraba como sonámbulos de un lugar a otro, por calles, avenidas, plazas…, para escuchar y ver lo que acontecía. Era una ciudad entregada con entusiasmo a la vorágine de los ensordecedores desfiles procesionales, que surgían de cualquier lugar, con sus cofrades ataviados con los típicos terceroles cubriéndoles la cabeza y el rostro.
Al aturdidor sonido de los miles de tambores se unía una explosión de color por cada una de los lugares que discurrían las diferentes cofradías, todas ellas ataviadas con un ropaje similar, pero de diferente color, por una calle marchaban los que vestían de azul, por otra los de verde, en una avenida surgían los de rojo o negro….y cada una con un repicar diferente de tambor.
Un constante y penetrante ritmo que al escucharlo se comprende fácilmente porque, uno de nuestros cineastas más internacionales, Luis Buñuel, se convirtió en un embajador de este peculiar y profundo sonido de la semana santa aragonesa, que atrapa y emociona.
Fueron unos días en los que pudimos descubrir una pequeña y coqueta capital volcada con pasión en la celebración de la Pascua, y, por supuesto, a su Pilarica.
Una Virgen, menudica, a la que rinden homenaje, con gran devoción, los zaragozanos y gente foránea, con la que coincidías en las mañanas frías de paseo y noches de tapas y procesión.
A nuestro regreso lo que permanecía todavía en nuestras cabezas, era el sonido atronador de todos sus tambores, que, de verdad, difícilmente se olvida.
Firmado: Alejandra
Y nos fuimos en Semana Santa a Zaragoza… Y nos lo pasamos muy bien… Aunque hacía mucho frío… Aunque hacía mucho aire…
Pero fue una sorpresa la Semana Santa de Zaragoza… Pero fue una Semana Santa diferente…
Hemos vuelto a Zaragoza en otras ocasiones, pero esa Semana Santa de 2008 siempre la recordaremos…
Porque:
Fuimos a Zaragoza por salirnos de los circuitos habituales en estas fechas…
Allí nos esperaba el frío, bueno, mejor sería decir el FRÍO, eso es, con mayúsculas…
Y allí nos esperaba una Semana Santa distinta, con un denominador común: los tambores…
Cada cofradía de un color, azul, morado, rojo, blanco, negro, y el negro impacta, incluidos sus penitentes a caballo, como apariciones…
Por cada esquina una procesión, de la mañana a la noche, a altas horas de la noche, y tambores, muchos tambores percutiendo en la ciudad, retumbando por la avenida de España, avanzando bajo el viento y la lluvia, que también hizo su aparición, que no quiso perderse las celebraciones…
Emocionante e impactante…
Y que se puede decir de la Virgen del Pilar, la patrona de Zaragoza, esa imagen pequeñita y admirada y devocionada por todo el mundo…
En Zaragoza toda la vida gira en torno a la Basílica del Pilar, situada, como no podía ser de otro modo, en la Plaza del Pilar, majestuosa, orgullosa, desafiante y un poquito intimidante…
En esa Plaza nos vemos todos, nos encontramos todos, paseamos todos, visitantes y locales…
Zaragoza es una ciudad tranquila que es estas fechas ve rota esa tranquilidad por el retumbar de los tambores…
Y por el viento, ese aire, el cierzo, ese viento que termina por volver locos a más de uno…
Hay que ser muy maño para soportar ese viento y ese frío, hay que estar curtido…
Y qué decir del Ebro, como se me iba a olvidar, ese río que parte la ciudad en dos, la zona nueva y la zona antigua, que recorre la vida de todos los zaragozanos, y cruzamos sus puentes, para ir de la zona nueva a la zona vieja…
Y qué decir del Tubo, ese barrio de Zaragoza, que acumula los sitios de tapeo, comida, copas y similares… Porque si vas a Zaragoza y no visitas el Tubo para picar algo en un ambiente de taberna, garitos, buen rollo, es como, me pondré cursi, tener un jardín sin flores…
El Tubo un laberinto de callejuelas, para perderse y perderte, porque te pierdes con sus olores, sus sabores, sus visiones, no sabes dónde atender, dónde entrar, dónde tomar algo, picar algo, degustar algo…
Firmado: Luis
Postdata:
Y por visitar, visitar el Museo del Teatro de Caesaraugusta, el Foro, el Puerto Fluvial, las Termas Públicas… el Palacio de la Aljafería, con los patios de Santa Isabel y San Martín, y el Salón del Trono… el Patio de la Infanta, con obras de Goya, y el Museo Ibercaja Camón Aznar, con cuatro series de grabados del pintor en una de sus salas… Todo eso tras haber entrado, recorrido y admirado la Basílica del Pilar y la Catedral de la Seo…
Y es que lo mejor para descubrir Zaragoza y sus monumentos es pasear por sus calles. Así es como se puede sentir la riqueza de sus 2.000 años de historia.
Las murallas, templos, basílicas, palacios, casas señoriales y plazuelas de su casco antiguo son el fiel reflejo del paso de varias civilizaciones…
Y por eso hay que andar, y por eso anduvimos, y por eso hay que subir y bajar por sus calles y plazas, y por eso subimos y bajamos por sus calles y plazas…