Saliendo de las murallas del casco antiguo de Palma, justo al lado del famoso museo Es Baluard y del Paseo Marítimo, se encuentra Santa Catalina. Un emblemático barrio con carácter propio que está en boca de todos y que acoge desde el público más chic al más bohemio con una gran explosión de texturas, sensaciones y ambientes. En él se respira un estilo de vida diferente, urbanita y sin prisas, que conserva el encanto de la capital balear ofreciendo a la vez un soplo de aire fresco de lo más vintage que marca tendencias.
Su nombre viene de manos del mercader mallorquín Ramón Salelles, quien, al quedarse a la deriva por la mala mar, prometió a Santa Catalina construir un hospital si se salvaba. En la actualidad, este distrito ha pasado de ser una zona de plena tradición marinera a un lugar donde la estética y el diseño son sus máximas principales. En este ‘nuevo barrio’ la tradición y la modernidad conviven en total armonía, por lo que pueden encontrarse tanto comercios con artículos de otras épocas como tiendas con los accesorios más avanzados.
Además, su aire retro-cool inspira a artistas y diseñadores para crear sus obras, así como a suecos y escandinavos, que también han fijado sus miradas en Santa Catalina como un lugar para invertir. Así, el barrio ha pasado a convertirse en una zona revalorizada con viviendas rehabilitadas que cada vez lo elevan más a la categoría de barrio cosmopolita y actual. Igualmente, se conservan las casitas blancas con persianas mallorquinas, así como muestras modernistas que siguen impregnándole de la auténtica esencia balear.
Un barrio para visitar con mucho gusto para el buen yantar
El sabor del barrio de Santa Catalina se degusta en sus restaurantes, cafeterías, cocktelerías y espacios gastronómicos para cualquier momento del día. Si es para desayunar, resultan imperdibles lugares como la Madeleine de Proust, donde se sirven excelentes tartas, dulces y cafés. Otra apuesta segura es Mamá Carmen, un espacio ideal para los amantes de las opciones más healty, que disfrutarán con sus exquisitos bowls de granola y sus deliciosas tostadas con hummus y aguacate. Está ubicado en una casita típica de pescadores, cuenta con una acogedora terraza y conserva el suelo original hidráulico de antaño.
Para degustar una excelente comida o cena las propuestas son casi infinitas, con restaurantes de todas las partes del mundo capaces de satisfacer a los foodies más exigentes, como Patrón Lunares, Nuru, Vandal, Isaan, Naan, Basmati, Sa Fulla, La Fabrique, Duke, Sumaq o Millo, entre otros.
Punto gastronómico emblemático es el Mercado de Santa Catalina, quizá el más tradicional en cuanto a mercado de abastos se refiere y ha sabido conservar su esencia original. Ubicado en el barrio de pescadores del mismo nombre, es un espacio que permite sentir el pulso de la ciudad, conocer de primera mano los ingredientes locales y comprar productos tradicionales kilómetro cero, como la sobrasada, la aceitunas, el vino o el aceite de oliva. Los embutidos, los quesos, los encurtidos y frutos secos, sin olvidar la fruta, la verdura y los productos frescos, constituyen la materia prima de este tradicional mercado.
Este lugar sigue siendo hoy el típico mercado al que ir a escoger los productos de la lista de la compra, está abierto de lunes a sábado de 7 a 7 h. y dispone de servicio de entrega a domicilio y a yates. Además, el Mercado de Santa Catalina es auténtico santuario del producto mediterráneo al que poco a poco se han unido pequeñas gastrotecas donde catar el producto de primera mano, como Can Frau, Es Rebost d’en Pep, La Tapita, Ca s’Ostra o Es Mercat. Otro lugar destacable es la calle Fábrica, una vía peatonal colmada de bares y restaurantes para todos los gustos que invita a pasar momentos de tardeo inolvidables en sus animados veladores.
Un bonus al distrito de Santa Catalina: El barrio del Jonquet
La barriada del Jonquet forma parte desde sus orígenes del barrio de Santa Catalina. Al principio esta zona era solo un camino, el de Portopí -que comunicaba la ciudad con la parte de poniente mallorquina-, y donde hay documentado un cementerio judío (“es fossar des jueus”). Son simbólicos los restos de los molinos que recorren sus estrechas calles -muchos de los cuales conservan sus nombres, como “en Gelós”, “la Garriguera”, “en Budellet”, “d’en Carreres”, “Nom de Déu” i “d’en Garleta” (en este último se encuentra el Museo de los Molinos)-.
Otro edificio singular es el teatro Mar i Terra, que antiguamente tenía como objetivo ejercer la beneficencia, posteriormente fue el Colegio Público Jaime I y finalmente ha sido el primer edificio en la zona destinado a ocio y cultura. El Bahía Palace (hotel representativo del boom turístico de los años 60), los aljibes, Can Figuerola o la emblemática ferretería La Central son otros de sus espacios de especial mención.
Otro de los grandes clásicos de este singular barrio es el simbólico Hotel Hostal Cuba, un edificio modernista de más de un siglo de antigüedad que hoy alberga un hotel de cuatro estrellas, un skybar con espectaculares vistas al mar y a la Catedral de La Seu y un exclusivo club.